Oporto, capital lusa del norte

Es la segunda ciudad más importante del país vecino, tras Lisboa, conocida también como “la capital del norte de Portugal”, con una población moderada sobre los 200.000 habitantes (y, por lo tanto, de tamaño justo para una escapada de dos o tres días) y una distancia bastante próxima (a unos 150 kilómetros de Galicia). Destaca por sus seis puentes -especialmente, el de Luis I, obra de un díscipulo de Gustave Eiffel-, que es espectacular y está considerado como uno de sus grandes símbolos, junto a la zona pesquera del puerto, a orillas del río Duero y a tocar prácticamente de su desembocadura en el Océano Atlántico. En lo alto, sobre una de sus colinas llama la atención la Torre de los Clérigos, de más de 70 metros, barroca, del siglo XVII, y dicen que visible desde el río, sirviendo desde entonces com guía, punto de referencia, para los navegantes. Su estación de tren (de Sao Bento), el edificio del Ayuntamiento, la zona de bodegas (al otro lado del río, en la parte de Vila Nova da Gaia) o una librería (de Lillo e Irmao) asociada al mundo de Harry Potter e incluída entre las más bonitas del mundo son solo otros de sus grandes atractivos, por no hablar de la comida y, sobre todo, su pescado.


 

Lisboa, capital con encanto de un gran imperio pasado

La capital portuguesa fue toda una sorpresa. Lo cierto es que a priori no tenía un particular interés por ella pero por cuestiones de presupuesto y cercanía me pareció un buen destino. Y lo cierto es que fue un bello y agradable descubrimiento. No  particularmente grande, es un destino ideal para una estancia de tres a cuatro días que se puede complementar con visitas a Cascais, Estoril y toda la zona de Sintra.

Lisboa cuenta con un pasado histórico imperial, poderoso, entre los siglos XV y XVI, y eso se nota en algunos de sus principales monumentos como el Monasterio de los Jerónimos o la Torre de Bélem. También me gustó e interesó, por su modernidad y gran transformación en las últimas décadas, la zona del Parque de las Naciones que acogió la Exposición Universal de 1998. También, hay que montarse en alguno de sus característicos tramvías y hacerlo con tiempo y paciencia porque es una de las experiencias con más éxito y demanda entre los visitantes. Desde arriba, en el Castillo de San Jorge y tras recorrer el barrio de Alfama, las vistas sobre la ciudad y sobre el puente 25 de Abril son espectaculares. Si se sube al atardecer, en un día claro, la luz es preciosa.

A nivel musical la propia Alfama es un lugar típico para escuchar algún fado y disfrutar también de un buen plato de pescado de la zona. Hay una buena ofevrta, sabrosa y para todos los bolsillos. Y si os gustan los dulces, no dejéis de probar, cerca de los Jerónimos, los pastéis do Belém. Sabréis donde comprarlos por la cola que hay delante pero que avanza rápido. El servicio es numeroso y muy eficiente.