Praga me sorprendió muy gratamente, no me lo esperaba. Lo que me encontré superó de largo mis expectativas y eso que las temperaturas en un mes de agosto no ayudaron particularmente. Eso sí, los días de cielos azules fueron muy favorables para la toma de fotografías.
Me encantó el centro histórico, declarado con todo merecimiento por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. El edificio del Ayuntamiento Antiguo y, sobre todo, el Reloj Astronómico son dos de sus grandes reclamos. Durante mi visita este segundo estaba en obras pero las vistas desde lo alto del Ayuntamiento sobre toda esa zona fueron espectaculares. Como espectacular fue -y es- el Puente de Carlos, uno de los lugares más conocidos de Praga y uno de los puentes más bellos de Europa y del mundo. Con mucha personalidad.
Al otro lado, sobre una colina, el Castillo, enorme y muy interesante. Dentro, destaca el Callejón de Oro y, sobre todo, la Catedral de San Vito. Todo el complejo es muy recomendable. De vuelta en la ciudad, vale la pena visitar la parte de la Ciudad Nueva, tomarse unas cervezas (Praga y la República Checa es uno de los lugares más idóneos del planeta para hacerlo) o darse una vuelta en barco por el río Moldava. Para todos los bolsillos, hay mucha oferta y muchos lugares por ver y descubrir.