La capital portuguesa fue toda una sorpresa. Lo cierto es que a priori no tenía un particular interés por ella pero por cuestiones de presupuesto y cercanía me pareció un buen destino. Y lo cierto es que fue un bello y agradable descubrimiento. No particularmente grande, es un destino ideal para una estancia de tres a cuatro días que se puede complementar con visitas a Cascais, Estoril y toda la zona de Sintra.
Lisboa cuenta con un pasado histórico imperial, poderoso, entre los siglos XV y XVI, y eso se nota en algunos de sus principales monumentos como el Monasterio de los Jerónimos o la Torre de Bélem. También me gustó e interesó, por su modernidad y gran transformación en las últimas décadas, la zona del Parque de las Naciones que acogió la Exposición Universal de 1998. También, hay que montarse en alguno de sus característicos tramvías y hacerlo con tiempo y paciencia porque es una de las experiencias con más éxito y demanda entre los visitantes. Desde arriba, en el Castillo de San Jorge y tras recorrer el barrio de Alfama, las vistas sobre la ciudad y sobre el puente 25 de Abril son espectaculares. Si se sube al atardecer, en un día claro, la luz es preciosa.
A nivel musical la propia Alfama es un lugar típico para escuchar algún fado y disfrutar también de un buen plato de pescado de la zona. Hay una buena ofevrta, sabrosa y para todos los bolsillos. Y si os gustan los dulces, no dejéis de probar, cerca de los Jerónimos, los pastéis do Belém. Sabréis donde comprarlos por la cola que hay delante pero que avanza rápido. El servicio es numeroso y muy eficiente.