La Lonja de Paños, Copérnico y el barrio judío, en Cracovia

Seguimos nuestro periplo por Cracovia, uno de los lugares más interesantes de Polonia, tras visitar la colina de Wawel, el Castillo y la Catedral, para dirigirnos a la plaza del Mercado, una de las más grandes y espectaculares de esta parte de Europa. Francamente, impresiona. En el centro destaca, como ya se anticipa en el titular de este artículo, la Lonja de Paños, lugar ideal para la compra de recuerdos y que incluso nuestro guía, andaluz establecido en esta urbe desde hace ya algunos años, nos recomendó. También, para la compra de piezas de ámbar: una de las especialidades de toda esta región del Viejo Continente y que es fruto de la fosilización de la resina, posteriormente trabajada y pulida. Los precios son algo más altos, pero moderadamente comedidos. La moneda es el zloty polaco, que al cambo corresponde a un cuarto aproximadamente de euro (traducido y para saber el precio de las cosas: dividir por cuatro las cantidades a pagar en cada caso).

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Auschwitz-Birkenau y la fábrica de Schlinder: esa otra cara, más trágica, de Cracovia

Cracovia es una ciudad pequeña, bella, con muchas cosas por ver, la mayoría
de gran interés y entretenidas, pero no puede esconderse que todo lo sucedido
durante la Segunda Guerra Mundial, el gueto judío localizado en el barrio de
Podgorze, y la existencia, bastante próxima a la ciudad, de los campos nazis de
Auschwitz-Birkenau dejaron huella en el país; todavía de fuerte recuerdo entre
sus habitantes, como afirmaba nuestro guía durante el tour realizado el primer
día de viaje.

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Cracovia y la leyenda del dragón Smok

Es una de las grandes y principales ciudades de Polonia -compite e incluso puede que supere a Varsovia, la capital, como destino turístico-. No en vano, cuenta con algunos de los conjuntos arquitectónicos más importantes del país. Es ideal para una escapada de dos a tres días como mínimo, si se incluyen en el programa visitas a las minas de sal de Wieliczka y al campo de Auschwitz-Birkenau. Ambas, sobra decirlo, de muy distinta naturaleza.

Nuestro viaje empezó con un free tour -muy recomendable, ameno y entretenido-, que nos permitió una aproximación a la ciudad de la mano de un guía con experiencia en dicha urbe y que, por ejemplo, nos informó sobre la importancia en el país de Juan Pablo II (el aeropuerto internacional de Cracovia lleva su nombre) o sobre la gran afición por el fútbol, que aúpa a los cielos también al ariete del Barça y ex del Bayern de Múnic y Borussia Dortmund, Robert Lewandowsky: casi una leyenda y gran ídolo de masas. Aquella ruta, de un par de horas, nos permitó dar una amplia vuelta, que empezó por la zona de la colina de Wawel, donde se sitúa en lo alto, el Castillo y Catedral del mismo nombre. Y, pasando por la plaza del Mercado -una de las más grandes e importantes de esa parte de Europa-, acabó en la única puerta medieval que todavía se mantiene en pie y que data de 1300. Por entonces había ocho, que protegían el perímetro amurallado de Cracovia.

Hecha esa primera introducción, tocaba desandar el camino para, esta vez, reseguir nuestros pasos de forma más detenida. Circunstancia que tampoco fue pesada, ya que toda la zona antigua, donde se concentran los principales edificios y lugares más populares, se cubren en una media hora a pie. Nos fuimos, desde la Puerta y cruzando nuevamente la plaza, hasta la colina, en el otro extremo para, una vez arriba -con unas muy buenas vistas sobre el río Vístula-, tratar de visitar el Castillo y la Catedral -esta última, de estilo ecléctico, suma de barroco, renacentista y algunos más, y de dimensiones exteriores contenidas aunque sí muy potente por dentro-. De la Catedral, destacan varias capillas, la enorme campana Segismunda -visitable, previa subida de unas cuantas decenas de escalones pero que impresiona- y las criptas reales.

Al lado, puede visitarse el Castillo -que cuenta con varios tipos de ticket (nosotros cogimos el de los “Aposentos Reales”)- que permite, entre otras cosas, hacerse una idea de cómo vivía la monarquía hasta el siglo XVI: algunas de las salas, mobiliario o tapices antiguos son espectaculares. Increíble muestra: elegante, suntuosa e, incluso en algunos casos, apabullante.

La primera construcción en esta parte de Cracovia y destinada a la realeza data del siglo XI, un edificio más sobrio, sencillo, que ocupó el rey Boleslao I el Bravo, y que posteriormente se amplió en estilo gótico. Un incendio en 1499 obligó restaurarlo, en estilo renacentista, esta vez por encargo del rey Segismundo Jagellón I. En el siglo XVI la capitalidad pasó a Varsovia, aunque en esta parte de Cracovia se siguieron realizando actos de alto copete durante varias décadas más.

El escenario cambió durante los siglos XVI a XVIII con los saqueos de suecos y prusianos y la ocupación austríaca del XIX. Tras la I Guerra Mundial y la reunificación de Polonia (que había sido ocupada y repartida entre varias potencias durante cerca de 150 años) pasó a ser residencia del presidente del país. Durante la Segunda Guerra Mundial el ejército alemán colocó en esta zona de Cracovia los cuarteles generales del gobernador, Hans Frank (justo al lado del Castillo y de la Catedral, según explicó el guía y aparece recogido en la información sobre la ciudad).

Fue, por lo tanto, una zona de gran importancia para el país, que guarda también una leyenda algo tenebrosa pero de gran personalidad y que tiene versiones parecidas en distintos puntos de Europa: la del dragón Smok, que vivía en una gruta, a la que se accede desde lo alto, en la zona suroeste, y que permite bajar hasta orillas del río Vístula. Allí se encuentra una peculiar y, más o menos simpática, figura de un dragón que hace las delicias de los más pequeños y que escupe fuego de forma más o menos repetida y regular. No hace falta esperar mucho para ver tan curioso espectáculo (y sobre el cual tampoco hay que exagerar).

a leyenda, en cualquier caso, sí tiene su gracia: cuenta que había un dragón, durante el reinado del príncipe Krak, que se escondía en una gruta bajo la colina -en el punto hoy visitable y muy cerca de la escultura- que atemorizaba a la población y que tenía debilidad por las chicas vírgenes y hermosas. El príncipe temía por su hija Wanda y de ahí que prometiera casarla con aquel que consiguiera acabar con la vida del dragón. Muchos fueron los que lo intentaron y también muchos los que sucumbieron, hasta que un joven y pobre zapatero ideó un plan: llenó una oveja de azufre y la dejó frente a la gruta. El dragón, al verla, salió y se la comió, y sediento tras el banquete y por la ingesta de azufre acudió al río para saciarse. La combinación con el agua hizo explosión. Y el zapatero, en un cuento redondo y como había prometido el príncipe Krak, acabó casándose con su hija, Wanda.


(En próximos artículos hablaré sobre la Basílica de Santa María, la Lonja de Paños y el Barrio Judío. También, sobre el campo de Auschwitz-Birkenau y la fábrica de Oskar Schindler. Prepararé una galería de fotos, como la ya existente de las Minas de Sal).


Las sorpendentes minas de sal de Wieliczka (Cracovia)

Para cualquiera que no haya viajado a Cracovia, visitar unas minas de sal no parece a priori el mejor de los planes. O no, por lo menos desde una óptica más puramente turística, entendida ésta como interés por ver lo más destacado. La realidad, no obstante, es que estas minas distan mucho del aspecto habitual de unas minas al uso y son uno de los grandes monumentos nacionales de Polonia. Y, razones sobran. La verdad, a nuestro entender, es que estas minas de sal, reconocidas como Patrimonio de la UNESCO desde los años setenta del siglo pasado, impresionan y sorprenden. Son espectaculares y no guardan, al parecer, tampoco un pasado demasiado oscuro, tenebroso o lleno de desgracias.

Su valor turístico, por lo tanto, es incuestionable. Y para muestra, algunos datos como, por ejemplo: que se abrió hace más de 700 años, que cuenta con nueve niveles subterráneos que llegan a una profundidad de 327 metros, que consta de 26 pozos, que dispone de más de 245 kilómetros de galerías y que en muchos momentos de su historia ha sido uno de los grandes motores económicos del país. Las cifras, en este sentido, son contundentes y explican por qué cada año decenas de miles de personas pagan los cerca de 30 euros para realizar la visita a este lugar, que dura unas tres horas más o menos y que se hace en grupos guiados por idiomas de unas 35 personas. Castellano es uno de los incluídos, así como muchos otros como alemán, inglés o francés. Todo, hay que decirlo, está muy bien organizado.

El itinerario por nosotros escogido fue el “turístico” (el más habitual, aunque para una segunda visita se recomienda el “minero”), que empezó muy puntual. En el inicio se bajan casi 400 escalones hasta descender unos 65 metros para llegar al primer nivel de las galerías. Durante todo el recorrido, que se extiende a lo largo de cerca de 3,5 kilómetros, se llegan a bajar unos 800 escalones. El primer tramo, el más largo de una tirada, es un pelín pesado pero se cubre en unos pocos minutos. Una vez abajo empiezan las explicaciones, que se van trufando de un montón de elementos, esculturas talladas en sal, exposición de herramientas, etc. Es fácil hacerse una idea, más o menos, sobre cómo eran las condiciones generales de trabajo y la vida a esas profundidades. En este sentido, se comenta durante la visita, que la salud no se vió resentida como en la mayoría de las minas ya que las condiciones para la extracción de sal gema son más benignas o menos perjudiciales que en las minas más frecuentes (como las de carbón, por ejemplo, muy dañinas sobre todo para los pulmones).

De estas minas ya hay constancia de actividad en el siglo XIII bajo el reinado de Casimiro “el Grande”, del que se tiene buena consideración y se dice que “se encontró una Polonia de madera y dejó otra de piedra”. Por entonces, estas minas de Wielizcka eran las más importantes del país y representaban un tercio de los ingresos del tesoro real, que sirvieron, entre otros proyectos, para poner en marcha la Academia de Cracovia. Trabajaban allí unas 300 personas, que extraían alrededor de 800 toneladas de sal anuales. Hasta el siglo XV, en cualquier caso, las minas constaban de cuatro pozos y se trabajaban fundamentalmente acorde a los calendarios agrícolas.

Fue a partir del siglo XVI que cogieron gran dinamismo. Se llegó hasta el tercer nivel (que hoy se visita, a unos 135 metros de profundidad), viviendo un gran desarrollo hasta el siglo XVIII (y que continuó también a partir de aquellas fechas, pero en unas condiciones políticas distintas, ya que por aquel entonces el país había sufrido la partición entre Prusia, Rusia y Austria, quedando las minas bajo gobierno de los Habsburgo). De esa época, bajo dominio externo, se destacan avances como el uso de la máquina de vapor, las vías férreas, el cuidado por la seguridad, implementaciones técnicas significativas, etc.

Tras la Primera Guerra Mundial y después de 150 años, Polonia volvió a constituirse como estado independiente. EL periodo de entreguerras fue de gran producción, superando las 200.000 toneladas de sal gema anuales, aunque cambiando nuevamente el escenario tras la segunda contienda mundial con la influencia y peso de la Unión Soviética. Las minas estuvieron activas hasta finales de los años sesenta, cuando la dimensión turistica y monumental, que fue creciendo con el paso de las décadas, adquirió mayor protagonismo. Desde los años noventa del siglo XX, están consideradas como Monumento Nacional de Polonia.

Históricamente, estas minas han albergado acontecimientos que poco o nada tenían que ver con las propias de un lugar de esa naturaleza. Sirva como ejemplo la impresionante sala de la Capilla de Santa Kinga, donde se han llegado a celebrar bodas. Sus altos techos, lámparas… son espectaculares. Es un espacio único pero hay también muchas otras salas a lo largo de todo el recorrido que llaman mucho la atención. Por cierto, en una de ellas (diríamos que es la misma capilla de Sant Kinga) se encuentra una gran escultura en honor al papa Juan Pablo II, toda una celebridad en Polonia, país muy creyente. El agua es otro de los protagonistas, presente también en diversos puntos del recorrido.

Hoy, según leemos, siguen trabajando algunos mineros pero no ya en la extracción sino para la buena preservación del lugar. Por cierto, el primer turista del lugar, destacan, fue un ilustre Nicolás Copérnico en una fecha tan lejana como 1493. Desde ya por entonces que este lugar ha generado gran atracción por conocer sus particularidades.

(Para aquellos interesados en visitarlas, mejor reservar primero. Y también, calzado cómodo y tener en cuenta que la temperatura abajo se mueve sobre los 18 grados, no se lleva casco, el público es para todas las edades y la vuelta a la superfície se hace en ascensor, en grupos de 8 personas, más o menos).