Bucear con botellas es ver el mar de otra manera o, probablemente, es ver el mar como verdaderamente es. Esta es la impresión que nos llevamos este verano después de hacer nuestro pequeño bautizo en esta práctica en la costa catalana y, más concretamente, en un calita de Tossa de Mar. Llegamos sobre las doce (hora terrible para hacer fotos) al club desde donde saldríamos para la playa. Éramos un grupo bastante amplio, de unas doce personas, y mayoritariamente extranjero. Dominaban unos amigos ucranianos, muchos chicos y de gran tamaño. Uno en particular, señalado por el instructor, era una mole de casi 1,90 m. y 120 kgs. Datos que hicieron encender el radar de alerta por sí se producía cualquier percance (que no tenía que pasar y que, según nos comentaron, prácticamente no pasaba nunca).

Hechas las presentaciones era momento para el equipo. Las botellas y el conjunto pesaba sobre unos veinte kilos, a los que añadir, como nos explicaron y más tarde pudimos comprovar, pesos extra para equilibrar la extraordinaria flotabilidad del traje de neopreno. De hecho, una vez ya dentro del mar, la inercia si no fuera por ese reequlibrio extra habría sido irse constantemente hacia arriba. Explicaciones sobre cómo respirar, reguladores, botellas, señales e indicaciones bajo el agua y listos tras esa media hora de charla para irnos hacia el agua. Antes, pequeño trayecto en furgoneta.

En superfície, con todo el equipo, el peso se nota pero una vez en el mar las cosas cambian. De hecho en el momento que la botella toca el agua, desaparece la presión sobre la espalda. No podemos negar que moverse no era fácil y muchas veces necesitabas de ayudarte con las manos sobre la arena o cualquier pequeño accidente, roca o promontorio bajo el agua para orientarte correctamente. Llegamos a bajar hasta unos 8 metros (poco pero el máximo en una experiencia de este tipo es de diez) y suficiente para darse cuenta que el mar cambia visto desde abajo, con gafas y con oxígeno. Desaparece parte de ese oscuro misterio que se transforma en una realidad mucho más interesante, cercana y aparentemente menos peligrosa o amenazante. Los cuarenta minutos de inmersión pasaron en un suspiro durante los cuales nos pudimos mover un poco por esa zona, ver algunos peces, algo de flora marina y practicar. La experiencia, extraordinaria y muy recomendable.

Una vez fuera del agua era momento de hacer balance. Todo el grupo se comportó muy correctamente y no pasó nada fuera de lo común. Según nos explican, esa es la norma si bien alguna vez se produce algun problema de ansiedad o errores con los reguladores que se quitan bajo el agua… Pequeñas cosas con las que ir con cuidado y que los instructores cuidaron con mucho detalle. Al final, “no hubo rock’n’roll”. Y nos quedamos con ganas de más buceo y de más mar. Éste, un bien fundamental para el planeta y la supervivencia de todos sobre el que hay tomar consciencia y cuidar con mucho esmero. //