Trento

Ciudad conocida sobre todo por el concilio católico que lleva su nombre y que se celebró durante 25 sesiones entre los años 1545 y 1563 para redefinir determinados y trascendentes aspectos de la doctrina católica pero también para condenar la reforma protestante. Ese es probablemente el gran hito histórico que a cualquier le viene a la cabeza cuando oye el nombre de Trento, ciudad de alrededor de 115.000 habitantes que hasta la Primera Guerra Mundial fue austríaca y que se encuentra muy cerca de los Alpes, las Dolomitas y en el profundo valle del Adigio, pero es que esta urbe ofrece también varias cosas más. Entre ellas, por ejemplo, su amplia Plaza del Duomo, en el centro de la ciudad y donde se localiza la catedral de la ciudad dedicada a su patrón, Vigilio, y que es otro de sus principales reclamos. También, en esta ‘piazza’, destaca la imponente Fuente de Neptuno o no muy lejos de allí la iglesia de Santa María la Maggiore. Llama mucho la atención y es de obligada visita, el Castillo del Buenconsiglio, residencia de los príncipes-obispos, del siglo XIII y unida a la Torre Grande y que en la actualidad actúa como museo, con una interesante colección de objetos arqueológicos, pinturas y otros elementos.


Como, Bellagio y Sirmione

Tres localidades de tamaños dispares -más parecidos entre las dos últimas, siendo Como de mayores dimensiones y una población estable de cerca de 85.000 visitantes- pero un aspecto muy en común: encontrarse en las proximidades de un lago. Como y Bellagio en el lago de Como y Sirmione, en el de Garda, el más grande de toda Italia. Las tres se localizan en la parte norte del país transalpino, no muy lejos de Milán, Suiza y Austria y tampoco de los Alpes, siendo los lagos, por lo tanto, de montaña y en algún caso de origen glaciar. De Como, algunos de sus ’embajadores’, involuntarios, George Cluny o Madonna, que se compraron una residencia en sus cercanías; de Sirmione, María Callas, que también se alojó en aquella localidad con su primer marido en los años cincuenta; y de Bellagio, los Rockefeller, con varias propiedades en aquel pueblo, de sinuosas calles empedradas y bonito paseo junto a las próximas aguas. Todas también conocidas por sus villas, por ser lugar muy visitado por familias pudientes de la región desde siglos atrás y por ser uno de los grandes polos europeos de producción de seda desde el siglo XVI. Motivos sobran para echarles un buen vistazo -en ferry es lo más habitual- aunque mejor hacerlo -de poderse- fuera de temporada alta -léase, evitar en verano-.


Las sorpendentes minas de sal de Wieliczka (Cracovia)

Para cualquiera que no haya viajado a Cracovia, visitar unas minas de sal no parece a priori el mejor de los planes. O no, por lo menos desde una óptica más puramente turística, entendida ésta como interés por ver lo más destacado. La realidad, no obstante, es que estas minas distan mucho del aspecto habitual de unas minas al uso y son uno de los grandes monumentos nacionales de Polonia. Y, razones sobran. La verdad, a nuestro entender, es que estas minas de sal, reconocidas como Patrimonio de la UNESCO desde los años setenta del siglo pasado, impresionan y sorprenden. Son espectaculares y no guardan, al parecer, tampoco un pasado demasiado oscuro, tenebroso o lleno de desgracias.

Su valor turístico, por lo tanto, es incuestionable. Y para muestra, algunos datos como, por ejemplo: que se abrió hace más de 700 años, que cuenta con nueve niveles subterráneos que llegan a una profundidad de 327 metros, que consta de 26 pozos, que dispone de más de 245 kilómetros de galerías y que en muchos momentos de su historia ha sido uno de los grandes motores económicos del país. Las cifras, en este sentido, son contundentes y explican por qué cada año decenas de miles de personas pagan los cerca de 30 euros para realizar la visita a este lugar, que dura unas tres horas más o menos y que se hace en grupos guiados por idiomas de unas 35 personas. Castellano es uno de los incluídos, así como muchos otros como alemán, inglés o francés. Todo, hay que decirlo, está muy bien organizado.

El itinerario por nosotros escogido fue el “turístico” (el más habitual, aunque para una segunda visita se recomienda el “minero”), que empezó muy puntual. En el inicio se bajan casi 400 escalones hasta descender unos 65 metros para llegar al primer nivel de las galerías. Durante todo el recorrido, que se extiende a lo largo de cerca de 3,5 kilómetros, se llegan a bajar unos 800 escalones. El primer tramo, el más largo de una tirada, es un pelín pesado pero se cubre en unos pocos minutos. Una vez abajo empiezan las explicaciones, que se van trufando de un montón de elementos, esculturas talladas en sal, exposición de herramientas, etc. Es fácil hacerse una idea, más o menos, sobre cómo eran las condiciones generales de trabajo y la vida a esas profundidades. En este sentido, se comenta durante la visita, que la salud no se vió resentida como en la mayoría de las minas ya que las condiciones para la extracción de sal gema son más benignas o menos perjudiciales que en las minas más frecuentes (como las de carbón, por ejemplo, muy dañinas sobre todo para los pulmones).

De estas minas ya hay constancia de actividad en el siglo XIII bajo el reinado de Casimiro “el Grande”, del que se tiene buena consideración y se dice que “se encontró una Polonia de madera y dejó otra de piedra”. Por entonces, estas minas de Wielizcka eran las más importantes del país y representaban un tercio de los ingresos del tesoro real, que sirvieron, entre otros proyectos, para poner en marcha la Academia de Cracovia. Trabajaban allí unas 300 personas, que extraían alrededor de 800 toneladas de sal anuales. Hasta el siglo XV, en cualquier caso, las minas constaban de cuatro pozos y se trabajaban fundamentalmente acorde a los calendarios agrícolas.

Fue a partir del siglo XVI que cogieron gran dinamismo. Se llegó hasta el tercer nivel (que hoy se visita, a unos 135 metros de profundidad), viviendo un gran desarrollo hasta el siglo XVIII (y que continuó también a partir de aquellas fechas, pero en unas condiciones políticas distintas, ya que por aquel entonces el país había sufrido la partición entre Prusia, Rusia y Austria, quedando las minas bajo gobierno de los Habsburgo). De esa época, bajo dominio externo, se destacan avances como el uso de la máquina de vapor, las vías férreas, el cuidado por la seguridad, implementaciones técnicas significativas, etc.

Tras la Primera Guerra Mundial y después de 150 años, Polonia volvió a constituirse como estado independiente. EL periodo de entreguerras fue de gran producción, superando las 200.000 toneladas de sal gema anuales, aunque cambiando nuevamente el escenario tras la segunda contienda mundial con la influencia y peso de la Unión Soviética. Las minas estuvieron activas hasta finales de los años sesenta, cuando la dimensión turistica y monumental, que fue creciendo con el paso de las décadas, adquirió mayor protagonismo. Desde los años noventa del siglo XX, están consideradas como Monumento Nacional de Polonia.

Históricamente, estas minas han albergado acontecimientos que poco o nada tenían que ver con las propias de un lugar de esa naturaleza. Sirva como ejemplo la impresionante sala de la Capilla de Santa Kinga, donde se han llegado a celebrar bodas. Sus altos techos, lámparas… son espectaculares. Es un espacio único pero hay también muchas otras salas a lo largo de todo el recorrido que llaman mucho la atención. Por cierto, en una de ellas (diríamos que es la misma capilla de Sant Kinga) se encuentra una gran escultura en honor al papa Juan Pablo II, toda una celebridad en Polonia, país muy creyente. El agua es otro de los protagonistas, presente también en diversos puntos del recorrido.

Hoy, según leemos, siguen trabajando algunos mineros pero no ya en la extracción sino para la buena preservación del lugar. Por cierto, el primer turista del lugar, destacan, fue un ilustre Nicolás Copérnico en una fecha tan lejana como 1493. Desde ya por entonces que este lugar ha generado gran atracción por conocer sus particularidades.

(Para aquellos interesados en visitarlas, mejor reservar primero. Y también, calzado cómodo y tener en cuenta que la temperatura abajo se mueve sobre los 18 grados, no se lleva casco, el público es para todas las edades y la vuelta a la superfície se hace en ascensor, en grupos de 8 personas, más o menos).