Gisclareny, el pueblo más pequeño de Catalunya

Silencio, mucho silencio o silencio absoluto, según se prefiera. La verdad es que esa es una de las grandes y poderosas impresiones que genera este pueblo y que es común a muchos otros de características parecidas. Gisclareny, en el Prepirineo catalán y a no muchos kilómetros de Berga y tampoco excesivos del Túnel del Cadí y la Cerdanya, es desde el último censo oficial, de 2017, el pueblo con menos habitantes de Catalunya. Tiene apenas 27 (pocos, pero incluso más que muchos otros en España que no llegan ni a los 10). En cualquier caso y según leemos, en el último siglo -aunque con matices porque la extensión del término municipal ha variado con el paso de los años- ha perdido más de 200 habitantes.

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Nosotros, en nuestra visita a comienzos de este mes de febrero -visita que teníamos pendiente pero que todavía por razones varias no habíamos podido concretar- nos encontramos con un pueblo bastante bonito, austero, diseminado; con pocas casas como era de esperar y con nadie -también, lógico- por la calle. Dejamos el coche cerca de la “Font de l’Adou” (fuente) para dirigirnos hacia lo que podría considerarse como su núcleo urbano en lo alto de una pequeña colina (el pueblo está por encima de los 1.300 metros). Se conoce como el barrio del Roser y destaca particularmente por la presencia de la iglesia parroquial, el cementerio y el edificio del Ayuntamiento. Éste había albergado hasta los años setenta del pasado siglo la antigua escuela. Las vistas desde ese punto a ambos lados, sobre las montañas, impresionan. Sobre todo, hacia la parte de atrás, hacia el Pedraforca, la montaña más alta de Catalunya, con más de 2.500 metros de altitud (2.506 m.). Por desgracia, ese mismo fin de semana, según las noticias, una persona, escalando, murió en ella.
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Volviendo en cualquier caso a cosas algo más positivas, por casualidad desde lo alto y para nuestra sorpresa escuchamos las voces de dos vecinos hablando. Buena noticia porque de sus actuales 37 casas, 10 están vacías, 16 son segundas residencias y 11 son principales. Cifras que contrastan, según leemos, con las hasta 300 que llegó a tener en el pasado. Sus dos principales fuentes de actividad son el turismo y los servicios municipales. Del primero dan buena cuenta varias casas rurales, apartamentos, una casa de colonias y un refugio. También cuenta con una explotación ganadera dedicada a la cría de yeguas y caballos. Por degracia, en cambio,  su único restaurante, de nombre -y que daría para muchas elucubraciones- “Cal Miseria”, no abre en invierno. Tampoco cuenta con servicios clave como una panadería, bar y tienda de comestibles. Importantes y casi imprescindibles para el futuro de cualquier pueblo.

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De hecho, en palabras de una vecina recogidas en un reportaje de la prensa comarcal, “el coche es fundamental para moverse”. Esta mujer recordaba que en un día podía llegar a necesitarlo hasta cuatro veces. La pereza, en ese sentido, aseguraba que no es un problema que sí podría serlo de tenerla. La carretera, sinuosa e impractible en invierno a primera hora y al atardecer por el hielo, de unos 15 kilómetros, conecta con el pueblo de Bagá -éste sí, bastante más grande y con todo lo necesario para la vida diaria-. En culaquier caso y con todas sus limitaciones, bonito pueblo y agradable visita.

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