La comida árabe es francamente, en general, deliciosa y exquisita. Lo ha sido a lo largo de la historia fruto de su cultura, geografía, sabores, ingredientes y mezcla de influencias de muchas partes del mundo. Y también, muy mediterránea. El pasado fin de semana acabamos por inclinarnos por un restaurante de Barcelona, llamado “Damasco”, cerca del Palau de la Música, por delante del cual habíamos pasado muchas veces pero al que todavía no habíamos entrado. Lo hicimos aconsejados también por las buenas referencias en Internet y no nos defraudó.

La decoración, original, curiosa, llena de motivos y referencias de tipo árabe y en particular de Damasco, con elementos vegetales (reales o ficticios), cuadros, joyas… Una pequeña inmersión o traslado en el espacio hacia otras latitudes, que también es de agradacer y que combina muy bien cuando se va a experimentar una cocina que se desconoce y que no es de aquí. Varias mesas ocupadas, los comensales relajados, charlando en un ambiente agradable, amenizado con música de tonalidades propias de allí. Y el servicio, atento, diligente, amable y preciso. En ese entorno y algo despistados, tardamos un poco por inclinarnos por lo platos deseados. Al final nos decidimos por un entrante a base de puré de berenjenas, complementado con tahini, ajo, comino y jugo de limón: “baba gamoush”, que según leemos en Internet quiere decir en sirio “dulce y seductor”. Delicioso. Además, acompañado de un poco de pan de pita, perfecto.

Y de segundos, algo de ternera y pollo, con cuscús y kabsa. Es decir, bastante arroz, pero muy bien cocinado, dulce, suave. Y algunas verduras como zanahoria y boniato, tiernos y en su punto, que casi se deshacían en la boca. Buenas elecciones aunque consistentes. Con uno de los dos platos no pudimos acabar aunque nos lo llevamos para degustarlo con más calma y espacio en el estómago en casa. De postre, recomendados por el camarero, knafeh de queso. Colofón en su justa medida. Pasta de fideos muy finos con queso de mozarrella y otro fresco cocinado con agua, mantequilla, azúcar y zumo de limón.

Y para que todo bajara y reposar algo, un poco de té negro que, en nuestro caso y por deseo propio, tomamos con un punto de leche y algo de azúcar. Final redondo para una comida sabrosa, delicada, abundante y a muy buen precio. Y también en un espacio agradable, ricamente decorado y lleno de referencias a un país que desgraciadamente hace años vive sumido en una muy difícil situación política y social, que esperemos que se pueda reconducir de la mejor forma posible y se cicatricen heridas que parece que tardarán mucho tiempo en cerrarse. //