Llegamos por recomendación de un trabajador del complejo urbanístico de Pla de l?Ermita, en la zona de la Vall de Boi, y que nos aconsejó antes de irnos acercarnos hasta Caldes de Boi. Llegamos tras apenas diez minutos de coche, superado el desvió en la carretera hacia el aparcamiento del Parque Nacional d’Aigüestortes -que queda subiendo, a la derecha- y en lo que parecía, por el estado del pavimento, la parte final del recorrido asfaltado. Nos sorprendieron dos cisnes en un estanque, majestuosos, elegantes. También, solitarios y con picores evidentes y algo preocupantes. Alrededor, un manto de hojas ocres, naranjas y rojas tapaba como un tapiz lo que se atisbaba a intuir eran pequeñas pistas de minigolf. Todo el recinto residencial se presentaba en estado latente, igual cerrado. Pese a ello nos dejamos llevar por las indicaciones que nos marcaban destino a varias fuentes de aguas termales – muy buenas para la salud pero calientes y de olor poco favorable, según comprovamos- y a una cascada que se oia, ruidosa, y que pudimos ver de cerca y desde varios puntos. Delante nuestro, una pareja, garrafa en ristre, iba a cargar sus depósitos para aquel día y probablemente para varios más. En el tiempo que estuvimos se pararon varios coches y vimos a una familia y algún que otro grupo, aunque poco más. Ya nos habían dicho que era temporada baja: un momento delicioso patra darse una vuelta por una de las zonas más bonitas de Catalunya, especialmente cuando el otoño ya asoma y la naturaleza inicia su transformación y se prepara para el invierno.