Tiene fama y es merecida. Nuestra visita a Girona, unas de las ciudades más bonitas del país, fue improvisada aunque íbamos sobre seguro: su imagen y prestigio la precede desde hace mucho tiempo. Cerca de una hora en tren desde el centro de Barcelona en un semidirecto que nos llevó hasta las afueras de la ciudad. Desde allí quince minutos a pie en un día de muy buen tiempo y agradable donde el frío casi no se notaba y que nos permitió alcanzar el Puente de Piedra en muy poco rato. Sobre uno de sus costados, tres chicas haciéndose sus fotos de rigor con, al fondo, una de las estampas más conocidas y singulares, propias y reconocibles de Girona, con lo que se conoce como las “Casas del Onyar”: de tonos vivos y suaves formando una combinación amable y adecuada con los refejos sobre las aguas del río. Por cierto, el Puente también se conocía como el de Isabel II y vino a sustitutir al anterior, gótico, en 1856. En las primeras décadas del pasado siglo todavía albergaba el mercado de animales.
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