Es una ciudad de 600.000 habitantes, de enorme historia, gran puerto -uno de los más destacados del Mediterráneo- y muchos lugares por ver y descubrir. Puede que no tenga la fama, el prestigio o el atractivo de muchos otros lugares de Italia ante los que probablemente ensombrezca, aún así sí tiene peso e interés como para encuadrarse dentro de un itinerario por toda esta parte del país transalpino. Nos gustó -cierto, que es decadente- el centro histórico, mezcla de estilos de muchos periodos distintos superpuestos con más o menos tino y que conservan partes medievales con otras posteriores, renacentistas, barrocas, románticas… Calles de trazados sorprendentes que esconden pequeñs plazas e iglesias reducidas pero todavía muy dignas. Gente cenando, ruido, vida… Al final, el puerto: zona lúdica y recreativa, alma de esta ciudad mercader y comerciante. Y además, el Palazzo Reale, cedido por el rey Víctor Manuel III al estado italiano en 1919 y anteriormente propiedad de la familia Savoya. Destacada también toda la zona de los palazzos, una cuarentena del más de centenar hoy todavía en pie declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2006. O algo más lejos, un arco de triunfo en homenaje a los caídos durante la Primera Guerra Mundial. Espacio concurrido y, según leemos, entre los preferidos de sus ciudadanos, como papel central ostenta la Piazza Ferrari, que recuerda a un duque que donó una gran cantididad a la ciudad en las postrimerías del XIX para ampliar el puerto. El repaso no podía acabar sin hacer breve mención a la casa recreada en su lugar original y fiel a la de entonces donde Colón vivió unos años con su padre con el claro convencimiento que no quería seguir sus pasos como tintorero.



































