En los Alpes orientales, entre la frontera de Italia y Austria, las Dolomitas son uno de los grandes espectáculos naturales del norte del país transalpino. Formadas por más de un centenar de cimas de más de 3.000 metros, valles profundos, bonitos pueblos y coloridos lagos de sorprendentes reflejos, su nombre procede de un geólogo de viaje por la zona del Alto Adige entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX que se dio cuenta de la fuerte presencia de magnesio en la roca caliza dolomítica. Aquel hombre se apellidaba Tancrède de Dolomieu. El punto álgido, más elevado, se encuentra en la Marmolada, macizo poderoso, al que se puede acceder mediante un teleférico con varias paradas y un precio por persona que no es bajo pero que, a nuestro entender, vale lo que cuesta. En cualquiera de los puntos, las vistas, panorámicas, son espectaculares; incluso (como puede verse en alguna de las fotos) en un día como el de nuestra visita, con el cielo bastante tapado aunque despejado por momentos gracias a la fuerza, considerable por encima de los 2.300 metros, del viento. Los lagos de Braies, Carezza o Missourina, junto con el pueblo -posiblemente el más grande o conocido de la zona, Cortina, y las ciudades de Trento y Bolzano (muy próximas) construyen un escenario que adquiere al atardecer matices violáceos con el contacto entre los rayos del sol y la piedra abrupta e imperturbable de las Dolomitas. Una visita -que no es económica, aunque siempre se pueden encontrar fórmulas ajustadas a todos los bolsillos- que merece mucho la pena.
