Maresme y Costa Brava, un verano distinto en la playa

Con el inicio de la desescalada ante la pandemia por coronavirus en mayo y durante el mes de junio, la gente, ávida de aire, recluída por obligación y prudencia durante casi dos meses en sus casas sin apenas permiso ni posibilidad de salir, se lanzó a la naturaleza. En las playas la situación fue distinta que en la montaña donde el turismo durante el verano rozó prácticamente el “todo completo”. En la costa, tanto en la zona del Maresme como en la Costa Brava (Cadaqués, Port de la Selva, Illes Medes, l’Estartit, Blanes o Malgrat, entre otros lugares), el panorama fue diferente. No faltó la gente, mayoritariamente autóctona, pero no llegó para cubrir ni remotamente el vacío dejado por la falta de visitantes. Las recomendaciones de países como Francia, Alemania, Holanda, Países Nórdicos o Reino Unido de no viajar a España fueron demoledoras. En algunas poblaciones, el porcentaje de hoteles y restaurantes cerrados fue abrumador. Hiriente y sufrido para las economías regional y locales.

Predominaron las mascarillas, la prudencia, las distancias sociales, las limitaciones de aforo… Con el paso de las semanas la gente fue recuperando la confianza y las playas se fueron llenando -aunque lejos de los estándares de veranos precedentes-. La Costa Brava, posiblemente uno de los rincones más bellos, no solo de Catalunya sino del conjunto del Mediterráneo, ha vivido una sacudida notable, que ha evidenciado la fragilidad de un modelo enfocado en demasía solo hacia el turismo. Lecciones que sacar de una situación crítica como la actual, que parece que el próximo verano -si se cumplen los mejores vaticinios- volverá a cifras precedentes. Bendita normalidad.